El Uber

Siempre hemos sido una pareja muy comunicativa y con reglas claras. Por esa razón todos nuestros encuentros han sido con ambos presentes. Hemos recibido propuestas para salir por separado, pero no es algo que nos llame la atención.

Y eso es lo que más me sorprende de esta historia.

Hace algunos meses, poco antes de la cuarentena, mis amigas y yo teníamos como “ritual” organizar una noche de chicas en la casa de alguna voluntaria del grupo. Era algo sencillo, pero divertido: tragos, karaoke, historias y un poco más, hasta que el alcohol y el cansancio nos vencieran.

Debido a mis compromisos cotidianos, no se me daba fácil llegar temprano y la distancia no era poca, además de disfrutar del espectacular tráfico. Así que siempre procedí a utilizar Uber como transporte de ida, ya que a la vuelta mi esposo iba por mí.

En esta ocasión, me llamó la atención que el conductor, a quien en adelante denominaré “el chico”, era guapísimo (lo siento por mi esposo, pero es  que lo que se ve no se niega). Unos 30 años, mirada seductora, excelente conversador, piel clara y de contextura delgada. No demoró mucho en insinuar sus intenciones, pero a estas alturas de mi vida y con lo que he vivido, no es que me sorprendiera. Me preguntó por mi vida y me habló de la suya, cada dos comentarios, un piropo. Estaba para comérselo… y mi esposo lejos. Al ver que faltaba poco para llegar a mi destino, decidió lanzarse. Me pidió faltar a mi evento para que fuéramos a un lugar más tranquilo a conversar. Ganas no me faltaban. Y, de pronto, casualidad… mi esposo me escribe para saber cómo me iba (siempre atento, por cierto); le conté lo que me estaba pasando, ya que no es celoso. Pero tampoco vi venir su respuesta: “hazlo tuyo”. Por varios minutos me dividía entre las ganas y la sorpresa. Sabía por experiencia que cuando mi esposo dice hazlo, hay que aprovechar. También tenía claro que esto era totalmente nuevo y que a ninguno de los dos nos causaba mayor excitación. Pero, ¿qué estaba pasando entonces? ¿Ambos de acuerdo, de repente? Insólito, pero emocionante.

El chico quería estar conmigo, yo quería estar con él, mi esposo no se oponía… llegamos a mi destino… ¿mis amigas o el chico? Decisión fácil, mujer difícil. Me bajé. Le dije, ya tienes mi número. Hasta pronto.

Le conté a mis amigas lo había sucedido y, por supuesto, fui la protagonista de la fiesta la mitad de la noche. El chico no se hizo esperar, enviando mensajes picantes, fotos y dejando en claro sus más ardientes deseos. Pero no, esa noche no pensaba salir de mi rutina, aun cuando mi cuerpo pedía lo contrario.

Al comentarle a mi esposo mi decisión, lo noté algo desilusionado. Aun así, luego de la fiesta, la noche tuvo un acostumbrado final feliz entre nosotros.

El chico se mantuvo en contacto todo el fin de semana y el inicio de la siguiente. A diferencia de otras ocasiones, mis revoluciones se mantenían a tope. Se lo dije a mi esposo y, sorprendiéndome nuevamente, él mantenía su postura. Cuando quieras – me dijo.

Yo ya no pretendía perder más tiempo. Le escribí al chico.

Me preguntó qué día de la semana se me hacía mejor. Hoy – respondí.

No se hizo de rogar, no estaba para mucho. Nos encontramos en la noche, él quería romper el hielo, yo quería romper la cama. Solo buscaba sexo. Lo siento, no estaba para conversaciones ni coqueteos. Él me gustaba y lo quería para mí de inmediato.

Llegamos a una casa de citas, pidió unos tragos para entrar en calor. De más está decir que no terminé mi trago. Ya estaba que ardía. Mi esposo me pidió grabar al menos los audios. Lo olvidé.

Un beso apasionado. No más palabras. Una prenda de vestir viajando al suelo. Luego dos… luego tres. Hasta que no hubo más que quitar. Mi boca viajó directo a su pene… lo ansiaba incluso sin conocerlo. No creo haberle dedicado mucho tiempo, lo quería dentro de mí cuanto antes. A él no pareció afectarle, su erección era plena. Preservativo en mano, se preparó para la acción. Rápidamente me recosté sobre la cama y lo atraje hacia mí. Era tanta mi humedad que la penetración no encontró oposición alguna. Lo ansiaba tanto que cuando lo sentí adentro no gemí, grité. Se debió escuchar en la administración.

Acto seguido, lo lógico. Pedía más, y más, y… uffff. Primer orgasmo, pero quería más. Y como típica mujer posesiva que soy, decidí ir por lo mío y bajo mi control. Giramos y me senté sobre él. A cabalgar se ha dicho. Segundo orgasmo, tercer orgasmo. Tal vez no pasó mucho tiempo, pero mis ganas me tenían sin control. Grité, brinqué, subí, bajé, volví a gritar. El chico ya no hablaba, tampoco me importaba. Con que aguantara era suficiente. Y aguantó… lo justo. Estalló en mí, y yo sobre él.

Descansamos un poco, no habló mucho. Luego de un rato, solo por diversión, fui por un poco más. Lo motivé nuevamente. Una vez listos, en honor a mi esposo, decidí ponerme en cuatro (me fascina que mi esposo me lo haga así). Nueva penetración, nuevas envestidas, nuevo orgasmo. Misión cumplida.

De vuelta a casa, mi esposo espera. Directo a la habitación, este es de hablar. La noche, apenas comenzaba…

Lo que sucedió luego con “el chico”, tal vez lo cuente más adelante. Por ahora, una fantasía improvisada, de las más candentes que haya vivido. Espero que hayan disfrutado la historia.

2 Comments

  1. Alberto

    Muy buena historia amiga de verdad cuando uno lleva a una mujer wapa en su carro desea que pasen esas cosas.

  2. turkce

    I quite like looking through a post that will make people think. Also, many thanks for allowing me to comment. Hannis Dennison Olivette

Deja una respuesta